sábado, 29 de mayo de 2010

Padre/madre ¿ser o no ser?

Qué significa ser padre (pesimista y desde el más allá)
Todo empezó muy bonito, con ilusión y alegría, todos en la familia estaban entusiasmados con la llegada del nuevo ser. Durante años se soporta y ni se siente como una carga el formar y cuidar de una persona que depende de uno y la mayoría de los problemas no parecen serlo. Después viene el segundo y un tercero… o hasta donde aguanten.
Es en la adolescencia donde comienza el calvario para los padres, los hijos se sienten dueños del mundo y prácticamente los son, o eso es lo que les dejamos que crean, pero no importa si fueron bien educados, rectos niños con trajecito y mochila al hombro para después ser jóvenes correctos. Tampoco importa si los crió la televisión, la literatura barata, la vecina o a calle, para ser vándalos y porros de la UNAM o pagados por algún partido político. El punto es que pasados los años uno queda solo.
Existen suertudos que entrenaron bien a sus vástagos para que los atendieran al disminuir sus capacidades, existen también los que por sus vicios no tienen idea de dónde quedaron y viven sus últimos días en una agonía que tal vez no sientan; también mencionaré a los que para su fortuna o su desgracia son unos fantasmas para el resto del mundo, que su familia no les hace caso y se dedican a esperar el momento de concluir su viaje.
Entonces, ¿cuál es el objetivo de criar hijos o hijas? Al final ellos hacen su vida y es probable que repitan la historia de los padres, criar más hijos en un mundo lleno de los hijos de todos, pero que no son de nadie. No son de nadie porque cada vez más hay una pérdida de valores, una paternidad a medias e incluso quienes educan “completo” no tienen garantía de nada. Los hijos son prestados, y todos somos hijos, pero nadie los reclama.
Uno comienza siendo hijo, y después es padre, se cuida, se educa, se pagan colegiaturas, se ayuda con las tareas, se lleva de paseo, se compra ropa, se compra alimento, se pagan bienes y servicios, algunos lujos, a veces accidentes y descuidos y al final ¿qué es lo que queda?
Sería enfermizo aferrarse a que los hijos deben estar con uno, y conozco casos en que esto ocurre y resultan verdaderos desastres, para uno o para ambos.
Si todo sale “como debe ser” los hijos propios tienen sus propios hijos y se encargan de ellos, ocasionalmente visitan al “viejo”, pero son momentos pasajeros, tal como la infancia que se va con el paso del tiempo.
No todos cuentan con cámaras fotográficas o de video para capturar momentos, y hasta eso resulta inútil, lo que se obtiene nos hace pegarnos al pasado y vivir en sueños de lo que se perdió para siempre y se sufre por recuperar en una pantalla o un papel, e incluso los que cuentan con la tecnología se desilusionan y se horrorizan de la complejidad de los nuevos aparatos, llenos de botoncitos y lucesitas, y cada vez son más pequeños, tanto que se pierden fácilmente y los viejos con dificultad los encuentran o utilizan sin verse en la necesidad de depender de alguien más, que para colmo resulta ser un mozalbete cibernético diestro en el manejo de los ya mencionados aparatos.
Si la vida fue placentera, ya pasó. Los momentos dignos de recordar te hacen sentir viejo y acabado. Trabajaste durante toda tu vida para dar a los demás, a tu familia, luchaste y conseguiste momentos que el alzheimer te quita poco a poco, a duras penas te mantienes en pie y luchas día a día por poder masticar con tu dentadura postiza. Todo tipo de alimento que no sea suave te clava el cuerpo al inodoro y cuando sales a la calle la vejez es vista por todos como algo inútil y prefieren ignorarte que ayudarte a cruzar la calle, llena de cafres y tapizada de excremento canino y una alfombra de colillas de cigarro, porque los hijos creen que “sólo es una, no pasa nada”.
Ahora contemplas la algarabía de una chusma que pulula en la que fue tu casa por el parecido que distingues de tus hijos, vienen sus hijos y los hijos de sus hijos. Como prácticamente nadie te visitaba mas que para pedir prestado, te es difícil discernir si uno o dos realmente te dedican un adiós sincero o si los muy hipócritas quieren asegurarse de que llegues al agujero. Después del funeral todos lujurian la mayor rebanada.
Los hijos se van y solo vuelven para repartirse lo que queda de ti, o mejor dicho lo que se puedan llevar de tus pertenencias y dinero, ahora que estás bajo tierra y es entonces donde se te das cuenta de que no valió la pena. Definitivamente no valió ni la pena ni el esfuerzo el haber perpetuado la especie, ni siquiera hubo alguien que pudiera salvarte de la indignidad de correr al baño, bastón en mano, para no mojar la sala, pero todos corrieron para leer el testamento. Miras atrás y te preguntas ¿por qué tus padres no te lo advirtieron? Porque probablemente sabían que sufrirías lo mismo, ahora que ves a tus hijos desde el inframundo con una sonrisa, viendo cómo se arrancan los cabellos porque les dejaste partes desiguales de tus bienes y la mayoría de tu fortuna a una institución de beneficencia; de niños HUÉRFANOS. Ríes, tomas tus dos monedas y apresuras a Caronte para que te aleje de allí.
Y tú que creías que eras feliz. Cerraste los ojos y seguiste adelante con tu vida. Su vida. Viviste para ellos. Nunca viviste para ti. Ahora ya es muy tarde.

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